Hasta un 75% de la población podría ser intolerante a la lactosa. Esto puede suceder en mayor o menor grado y puede aparecer por algún problema asociado y ser un episodio temporal o convertirse en crónico desde su diagnóstico. Es importante diferenciar entre la intolerancia a la lactosa y la alergia a la proteína de la leche. Una persona con intolerancia a la lactosa reacciona ante el azúcar presente en la leche (lactosa), pero puede tener un menor rechazo a la leche ya fermentada como el queso o el yogur y los síntomas son básicamente en el aparato digestivo. Mientras, una persona alérgica reacciona contra la proteína de la leche, por lo que no tolerará ningún producto lácteo, que le pueden generar sintomatología adversa más allá del propio sistema digestivo.

¿Significa esto que, en cualquiera de las dos circunstancias, debo renunciar a todos los lácteos? En el caso de la intolerancia, es muy posible que no, ya que, si bien nuestro organismo reacciona por la incapacidad del intestino delgado para digerir este azúcar, esto no es causa directa para que tengamos prohibidos todos los lácteos, ya que en muchos de ellos la lactosa está en proporciones lo suficientemente bajas para que nuestro organismo sea capaz de procesarlas. Así, en muchas ocasiones es más que probable que una persona que no es capaz de digerir la lactosa de un vaso de leche entera sí pueda tolerar perfectamente un yogur. Esto viene determinado, en gran parte, porque mientras un vaso de leche contiene unos 12 gramos de lactosa, un yogur únicamente cuatro.

Además, las leches fermentadas son más toleradas por su menor proporción de lactosa, por lo que se pueden recomendar para los grados más leves de intolerancia. Pero, donde realmente se abren amplias posibilidades a las personas con intolerancias leves o moderadas para poder consumir lácteos es en la variedad de quesos y derivados y en la mayoría de los yogures.

A diferencia de la leche, estos dos productos son sometidos a un proceso de fermentación en el que se incluyen diversas cepas bacterianas que se encargan de descomponer a la lactosa. Esto no quiere decir que todas las personas con intolerancia a la lactosa puedan disfrutar de ellos, pero siempre que esta no se presente en un grado severo, es posible que la ingesta en pequeñas cantidades no sea problemática e incluso a veces beneficiosa como el caso del yogur.  Su menor porcentaje de lactosa, entre un 20 y un 30% menos que otros productos, y su riqueza en bacterias ácidas que ayudan a la digestión de la lactosa, lo hacen un producto en muchos casos idóneo para consumir lácteos sin sufrir ningún tipo de problema digestivo.

Así, tanto el yogur como los quesos pueden ayudar a conseguir ese aporte de lácteos recomendado por la Federación Española de Sociedades de Nutrición, Alimentación y Dietética (FESNAD), por su elevado contenido en proteínas y por ser fuente de calcio. Y también por la presencia de vitaminas, especialmente B y D, así como por los minerales como el fósforo, magnesio, potasio y zinc. De ahí que, siempre que podamos evitar su eliminación total de la dieta, sea algo positivo.

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